13 diciembre 2017

La aventura del club de los amantes del Wrangler

A 4.800 metros de altura y con el cielo nublado, la primera impresión de los excursionistas era que los 12 Jeep Wrangler no llegarían a la meta, porque, dada la falta de oxígeno, el motor podía perder fuerza. Fue la parte culminante y una de las más emocionantes de una caravana de estos motorizados estadounidenses, la excusa para unir a un grupo de coleccionistas.

“Cuando manejas un Wrangler palpas la historia que tiene este vehículo. Cuenta con una maquinaria moderna, pero con una máscara que no ha cambiado mucho en más de 50 años”, define Luis Asport, dueño de un coche negro que, al igual que los de su misma clase, llama la atención cuando circula por las calles.

Una curva riesgosa en la incursión de los todoterreno estadounidenses.

Cuando se habla de Jeep es inevitable relacionarlo con un todoterreno; lo cierto es que se trata de una marca que surgió en 1940, precursora de los Wrangler. En tiempos en que la Segunda Guerra Mundial mantenía al mundo en vilo, el Gobierno de Estados Unidos solicitó la provisión de vehículos de reconocimiento ligero para el Ejército. De 135 proponentes, Willys-Overland ganó el contrato con el diseño del MA, que salió en 1941, y para cuando la victoria militar estaba asegurada, la firma empezó la comercialización de estos coches para uso civil. Cuatro décadas más tarde, en 1986, el mercado automovilístico exigía un todoterreno moderno y entonces salió el Jeep Wrangler YJ, que respondía a la demanda de coches con tracción en las cuatro ruedas y cómodo por dentro. Después surgieron los modelos TJ y JK, que continuaron el éxito de este coche convertido hoy en todo un símbolo.

Es cierto, cuando pasan por la calle llaman la atención por su estilo militar, por su capacidad para avanzar sobre cualquier terreno y porque son los autos con los que alguna vez uno jugó en su niñez.

Los miembros de Jeep Wrangler La Paz —que reúne a amantes de este vehículo y que fue creado por Luis Carlos Jeri y Gustavo Espinoza— aseguran que este coche no es para circular en áreas urbanas, sino en caminos sinuosos y dificultosos, donde demuestran su verdadera fuerza.

Tras varias salidas cortas, 12 integrantes del colectivo decidieron ir en caravana hasta La Cumbre; por ello, a las 09.00 de un domingo de octubre, la Av. Ballivián —en la zona Sur de La Paz— lucía diferente, pues en el carril de subida había varios Wrangler estacionados. Hasta entonces, la mayoría de los miembros del grupo se conocían mediante las redes sociales, pero al verse por primera vez la amistad surgió al instante, con sus 4x4 como motivo coincidente.

Espere…

Ninguno de estos vehículos se parece a otro. Como dice Jorge Paredes, dueño de una DJ amarillo, “es como un Playmobil o un Lego, porque se ponen las piezas que uno quiere. Es un hobby costoso”.

Marco Parra, promotor de la marca Ironman 4x4, que distribuye componentes para vehículos todoterreno, comenta que los Wrangler son los más llamativos por la infinidad de variaciones que se les puede hacer, desde el cambio de llantas y luminarias, hasta convertirlo en descapotable o con modificaciones internas para aprovechar la fuerza del motor.

Esto se demuestra en cancha. Rojos, guindos, verdes, anaranjados, negros y azules; con techo de metal, de lona o descapotables; en verdad, ninguno de los vehículos de la caravana es idéntico, aunque el denominador común son las siete ranuras en la parte delantera y el logotipo que caracteriza a la marca Jeep.

Un Jeep MA de 1941, que participó en la Segunda Guerra Mundial.

Desde los 3.200 metros de Calacoto, la comitiva sube lenta pero constante por caminos empinados, que por causa de la lluvia o nevada se han convertido en barriales, aunque poco interesa porque la fila continúa hasta llegar a las cascadas de Hampaturi, donde los dueños y sus familias descansan un momento para inmortalizar ese momento en fotografías.

Un primer reto cargado de emoción se halla en el camino a Incachaca, pues para llegar allí se debe pasar por una ladera angosta en medio de un cerro, desde donde se ve el barranco al que se podría caer por un descuido; pero a bordo de uno de éstos “sientes mucha confianza”, dice Luis.

“Me encanta, porque es como un tractorcito que trepa todo y es un auto que tiene la personalidad de su propietario”, define Luis Carlos, uno de los expedicionistas que más entusiasmo muestran en el convoy. Como en La Paz, el clima es cambiante en Hampaturi; el cielo luce encapotado, por un momento llueve, luego nieva y después, como para dar descanso a los pilotos, intenta despejarse. Al mediodía, a más de 4.800 metros sobre el nivel del mar, con copos de nieve que caen cada vez con más fuerza, llegan los 12 Wrangler, que parecen no sentir la altura que en otros coches puede afectar la fuerza del motor.

Los integrantes de Jeep Wrangler La Paz posan delante de una cascada en Pampalarama.

Al término de la aventura, los dueños se sienten complacidos y eufóricos, más aún tomando en cuenta que varios no habían salido de la urbe. Hablan de repetir la experiencia. También conversan de los cambios que acaban de hacer o que harán en sus coches, porque están seguros de que su club, al igual que sus Wrangler, perdurará por mucho tiempo


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