Tipo de conducción. Es el factor más determinante para el desgaste de la llanta. Una conducción deportiva y agresiva, con acelerones y frenazos continuos y movimientos bruscos al volante harán que los neumáticos duren ocho veces menos. Es mejor procurar no someter a los neumáticos a fuertes derivas en las curvas, donde además se produce un desgaste irregular que obligará a cambiarlos antes de la cuenta.
Controlar el pie derecho para que las ruedas motrices no patinen al acelerar, sobre todo en vehículos potentes o con mucho par (como los diésel). No solamente se evitará el desgaste de goma, sino que se gastará menos combustible. A esto ayuda también usar poco el freno (aminorando la velocidad con la inercia).
Presión y carga. Una presión incorrecta, por exceso, o sobre todo por defecto, hará que se gasten mucho antes. Michelin apunta que un 20% menos en la presión acorta su utilidad otro 20%. Revisar su presión debe ser un hábito al menos una vez al mes y, sobre todo, antes de realizar un viaje largo. Ya no solamente por ahorro, sino por seguridad. Y ojo, que no siempre deben ir igual, pues llevar el coche con un 20% más de carga, reducirá su rendimiento en un 20 por ciento. Por eso hay que adaptar las presiones a las recomendación del fabricante en función del peso que cargue el vehículo.
Geometría de ejes. Una incorrecta geometría de ejes provoca que se gaste de forma irregular, uno de los problemas más peligrosos, ya que eso significa que la dirección no está bien alineada con las ruedas y los neumáticos se desgastan de forma irregular y prematura. Puece ocurrir por desajustes en la suspensión, que se producen al subir un bordillo o pillar un bache a cierta velocidad. La solución es realizar un paralelo y evitar que los neumáticos se gasten cuatro veces más. Además, en la ITV suelen ser escrupulosos y obligan a cambiarlos cuando tienen desgaste irregular.
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